lunes, 1 de febrero de 2016

el fin del mundo

Estaba muy triste, naturalmente, caminando entre las ruinas del mundo. Decidí morir en esa fría mañana. El silencio como una presencia tangible, la suave brisa, y siempre el frió.
Encontré las ruinas de la casa de mis padres, las ruinas de mi infancia; aquello de lo que ya nada queda. Me abrí paso entre los escombros y me deje caer en la habitación de mis padres; faltaba el techo y parte de la pared norte. Pude ver el cielo azul, sentí el sol en la cara helada, y allí en el suelo me abrace a las cosas que quedaban: el oso de mi hija, la abismal profundidad de su vida, inabarcable, abrace el bolso con mis cositas, y llore por lo breve del tiempo. Sentí el lomo suave y muerto de un libro, los cuadernos donde escribo cosas, siempre inconclusas. Recordé el almohadón del unicornio de mi madre, la sonrisa de mi hermano, un abrazo orgulloso de mi padre.
Mire la foto de la mujer que amé, y vi el cielo una ultima vez. Con los ojos apretados, sentí el terror abandonarme. En las puertas del misterio, oigo sus voces que me llaman.

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